Pasquino

viernes, 31 de julio de 2015

LA MUERTE DE SEFERINO CODOCEO



LA MUERTE DE SEFERINO CODOCEO
A las treinta y dos horas con veintiséis minutos y quince segundos de haberse muerto, Seferino Codoceo  Codoceo abandonó esta tierra y por fin cerró sus ojos.
Para todos es bien sabido que cuando un cristiano abandona, el último segundo de su vida lo utiliza para repasar y recordar cada acontecimiento relevante (y también de los otros) los que se reviven en detalle antes que se remuera para siempre.
Seferino Codoceo peinaba ochenta y dos años cuando hace dos días, atendía a una de las damas que servía con cierta regularidad, le dio un maldito dolor al pecho justo cuando la cuarta figura amorosa estaba en proceso y a tanta satisfacción de la contraparte, que el esfuerzo lo llevo derecho a la posta de primeros auxilios y después al hospital clínico, donde pese a los esfuerzos de los facultativos, Seferino Codoceo pidió pista para el último viaje. Cuando se dice que “servía” no es un decir; era tal el esmero y dedicación que Seferino ponía en los juegos a sus compañeras de amores, que jamás se habría podido decir que se “las servía”, ya que los detalles en los que reparaba, la delicadeza y esmero que aplicaba para que la señora o señorita tocara el cielo con el alma, demostraban un refinamiento en el trato sin par, y eso le era reconocido recurrentemente de las mas diversas formas, incluso en algunos círculos íntimos femeninos muy escogidos y privados, alentados frecuentemente por alguna bebida espirituosa y dependiendo de la audiencia, con mas o menos detalle, para no despertar apetitos desmedidos en aquellas que el entusiasmo del relato las pudieran hacer sentir curiosidad por tales afanes y su primera figura.
Apenas se supo que había estirado la chala, la procesión de féminas llorosas y con cara de “solo era un amigo y nada más”, se multiplicó y desfilaron por su féretro desde monjas hasta niñas de dudosa reputación, que lo miraban a través del vidrio del ataúd directamente a los ojos, que permanecían completamente abiertos.
No habían podido cerrarle los ojos al finado, pese a los esfuerzos desplegados por quienes fueron llamados a esta tarea, llegando incluso a proponer y ejecutar el acto de coserle los párpados, para lo cual llamaron a una costurera que no paró de llorar mientras cumplía su cometido, despertando todo tipo de sospechas y comentarios entre los asistentes al velorio.
A través del vidrio Seferino vio a su esposa acercarse varias veces con cara pungida y doliente por esta irreparable pérdida. Seferino le comento a sus amigos mas de alguna vez, que su mujer estaba siendo poseída por el demonio…y también por el que vendía el gas y que explicaba la cantidad de balones que había en su casa, por el vecino de atrás que hacía poco rato se había acercado con ella del brazo y le había pellizcado una nalga, y también por el cura, aunque esto último le parecía bastante penitente de su parte, y aseguraba que hasta el diablo se contentaba por ello.
En este proceso de repasar su vida, recordó a doña Luzmira que lo amamantó durante tres meses cuando su madre estuvo floja de leches, y que poseía dos impresionantes depósitos lácteos, que hacía que Seferino esperara impaciente el momento de partir, para ser atacado por tan tersos y redondos enemigos que lo ahogaban tan gustosamente. Desde ese momento y para siempre buscó en cuanto pecho pudo, la tibieza y el regocijo de su infancia, con resultados parciales en su búsqueda, pues nunca manifestó estar cien por ciento satisfecho y siempre esperando que un próximo se acercara al ideal de sus sueños.
A eso de las once de la noche del primer día del velorio, aparecieron ordenada y secuencialmente, cinco damas de edad media que se acercaron a la vitrina por donde se podía ver a Seferino y todas, como en un mandato tácito, pusieron el dorso de la mano sobre el vidrio a manera de una última caricia.
Aparecieron en la misma secuencia con la que un día veintiséis de Agosto de quizás cuantos años atrás, las había “servido” secuencial y ordenadamente a cada una de ellas, con el cariño, singularidad y respeto que se merecían en su rango y prosapia. A ninguna le susurro una misma frase al oído que ya hubiera dicho momentos antes y cada caricia y gesto era particular y muy dedicado, obedeciendo a los gustos expresados alguna vez (y que no olvidaba) por la dama a la que servía; las vio con la tristeza escurriéndose por sus mejillas y eso le gustó.


En una esquina del salón que oficiaba de velatorio, sin haberse sentado ni un segundo desde que Seferino era fiambre, estaba su amigo Vicencio Vizcarra “Vicentico” como le decían sus amigos, por la pasión con la que cantaba fados portugueses cuando tomaba la guitarra. Solo había tomado café, a un ritmo de uno cada cuatro horas, día y noche, riguroso y serio, con la mirada fija en el féretro; no hablaba con nadie y cuando alguien se le acercaba a decirle las bondades de su amigo difunto, lo miraba con firmeza, un cierto dejo de disgusto y le decía ¿y como lo sabe UD.?, ante lo cuál la mayoría se excusaba y se retiraba sin decir nada, pensando que ese exabrupto era producto del dolor. Vicentico sabía que todos conocían perfectamente quién era su amigo Seferino y que los que le habían hablado, en su mayoría, aplaudían la muerte de éste porque podían por fin dejar los cuernos en casa.


La única vez que se movió fue cuando, parecieron intuir que se acercaba el momento, se dirigió al ataúd, se puso frente al vidrio y se inclinó levemente; fue un momento de gran expectación y compasión ya que todo el mundo sabía que el martes siguiente no jugaría dominó hasta que se acababan la botella de vino con la que religiosamente brindaban por los ausentes, entre risas y chascarros. Seguramente ese día se sentaría en el mismo lugar de siempre, abriría la botella de vino y se la acabaría lentamente y se iría a su cama a repasar la historia vivida con su amigo, tal y como lo habían latamente conversado.
Por eso todos los ojos estaban puestos en sus ojos y cuando Vicentico se inclinó levemente sobre el vidrio, a mirar los ojos tan abiertos de su amigo, que ni el mismo había podido cerrar pese a sus esfuerzos, Seferino le guiño un ojo. Vicentico se acercó más aún, puso sus manos haciendo un paréntesis entre su boca, lo que se interpretó como el último mensaje al oído, y echándole su aliento al vidrio lo empañó, se retiró unos centímetros y con el dedo índice de su mano izquierda escribió:
ATUP ED OJIH

…a lo que el difunto Seferino respondió con una sonrisa y cerró los ojos para siempre.


Archiduque Karl Von flMBo                    

...La historia se esta tejiendo segunda parte, con los buenos oficios de Vicentico


AL KAMEL

No hay comentarios: